Mientras que para Paul la separación de los Beatles supuso, sobre todo, un mal trago y un período de depresión y desubicación del que tardó en reponerse, John era, junto a George, el Beatle que más ansiaba librarse de las ataduras del grupo –y de Paul–. Pero sus motivos eran muy distintos.
George Harrison quería librarse de los Beatles para dar rienda suelta a todas las canciones que tenía guardadas en el cajón, para que sus ideas no se vieran sometidas a continuas audiciones con Lennon y McCartney –sobre todo con McCartney en los últimos años– que él consideraba humillantes. John Lennon, en cambio, no ansiaba la libertad musical, ya que disponía de ella en los Beatles –y fuera de ellos, no hay que olvidar sus incursiones onomatopéyicas más que musicales con el disco Two Virgins (1969), por ejemplo–. No. Lo que ansiaba Lennon era la libertad total, personal, social, sentimental y –a sus ojos y a los de su mujer, Yoko Ono– “artística”. Lennon quería romper una sociedad –la de Lennon y McCartney– para crear otra –la de Lennon y Ono–, y fue el crecimiento de este embrión el que, incompatible con cualquier otro tipo de asociación, dinamitó los Beatles.
En la carrera en solitario de John Lennon hay tres etapas claramente diferenciadas. La primera comprende únicamente su primer disco en solitario, sin título, presentado bajo la autoría de John Lennon/Plastic Ono Band. En él, como en un libro abierto, el antiguo líder de los Beatles desgrana una a una todas su preocupaciones (Isolation), sus traumas infantiles (Mother), sus deseos de portavocía generacional (Working Class Hero) y su visión del mundo, huérfana e irónica a la vez (God, una de sus mejores canciones). Por todo esto, es el álbum más de debut que grabó ninguno de los Beatles. El típico primer álbum en el que el principiante mete todo lo que tiene, en el que muestra todas sus armas. En el caso de Lennon sólo hay una ligera variante. No reunió todas esas canciones para construir una base sobre la que cimentar una carrera, sino para exorcizarse, sin pensar en el futuro. En 1970, la música era todavía la manera que Lennon tenía de expresarse, pero poco a poco dejaba de interesarle. Ése fue el resultado de tener como partenaire a Yoko Ono en lugar de a Paul McCartney. El sonido excesivamente crudo, sin filtrar, de su primer disco –que, por otro lado, beneficia el cariz confesional del asunto– no es tanto el resultado de una elección premeditada como el reflejo de ese creciente desprecio por, digámoslo así, la habilidad musical en la que reinaba McCartney. El Plastic Ono Band es el disco que le correspondía hacer a Lennon, el que le pertenecía casi desde que agarró por primera vez una guitarra.
¿Y después? La segunda etapa de Lennon, marcada por su exilio en Nueva York, su constante presencia como activista político y su enrocamiento en el binomio que formaba con Yoko, dejó una carrera más que irregular. Su actividad discográfica fue mucho menor que la del resto de sus ex compañeros, y cabe volver a cuestionar su verdadero interés por la música. Al contrario que McCartney, que era músico por encima de todas las cosas, Lennon sólo fue un chico que necesitaba expresarse continuamente y que encontró en la música el vehículo perfecto para hacerlo. Pero eso era en 1962. En los años setenta, ya adulto, su verborrea encontró a menudo otros canales no musicales –las manifestaciones, por ejemplo– en los que satisfacerse, y, en lo que respecta a la música, ya no tenía al lado a alguien tan exigente como McCartney que trabajara, domesticara, puliera y embelleciera sus ideas. Muchas de estas ideas, por lo tanto, se quedaban en eso: en ideas. A pesar de que en su carrera no faltaron grandes canciones –como Jealous Guy o How Do You Sleep?, en Imagine(1971), como Whatever Gets You Thru the Night en Walls and Bridges (1974)–, Lennon sucumbió demasiado a menudo a impulsos sin madurar, irreflexivos, como Power to the People o el lamentable Some Time in New York City (1972).
El compromiso de Lennon era consigo mismo, con Yoko, con la gente si se quiere, pero no con la música. Esto resultó evidente cuando, tras un trasnochado álbum de homenaje al rock and roll que le gustó de adolescente (Rock ‘n’Roll, 1975, forzado por ciertas cuestiones legales, pero ésa es otra historia), Lennon enmudeció durante cinco años. Esto coincidió con la reconciliación con Yoko Ono, de la que se había separado a mitad de 1973 para, a instancias de la propia Yoko, convertirse en pareja de May Pang durante el tiempo –año y medio– que Lennon llamó después su lost weekend –“fin de semana perdido”–. Volvió con Ono, nació su hijo Sean y los tres se recluyeron en el célebre edificio Dakota de Nueva York. Tras su nula experiencia como padre de Julian, esta vez John quería ejercer de cabeza de familia. La música, de nuevo, quedó relegada.
Y así hasta 1980, año en el que comienza y termina su tercera etapa. Ese año, Lennon se entregó de nuevo a la grabación de un álbum que iba a reflejar su condición de hombre feliz. Double Fantasy (1980) mostró a un John enamorado de su mujer (Woman), de su hijo (Beautiful Boy) y de su nueva vida (Just Like Starting Over), que por primera vez parecía llenarle por completo. Le absolvía del empalago el hecho de que si Lennon había sido algo a lo largo de toda su carrera era sincero. Lástima que, cuando John parecía haber descubierto el camino –no sólo el musical sino también el personal; también se había reconciliado con McCartney aunque aún no con Harrison–, un tipo llamado Mark David Chapman decidió que ya era demasiado tarde para él y le asesinó en la puerta de su hogar, que tanto le había costado conseguir.
George Harrison: